sábado, 24 de octubre de 2009

ESC.45 EXT. CIELO ABIERTO / PALMERA -- DÍA

¡Terminé el piloto! Fue definitivamente uno de esos casos donde uno se compromete a una fecha de entrega, confiando en que el profesionalismo va a salir a la palestra, y luego descubre que la palestra se cayó encima del profesionalismo, aplastándolo.
Cuando el productor me llamó para pedirme la tercera versión, le dije que en dos días se lo mandaba. Esto va de coser y remendar, pensé: ya lo hice dos veces, hay una estructura que funciona, unos personajes, los turning points necesarios… solo hay que cambiar alguna cosilla aquí y otra acá, y ¡voila!
Como ya conté en el post anterior, no resultó así para nada.
Durante una semana, estuve mirando las cuatro escenas que había escrito para dibujar una nueva apertura, sin lograr avanzar más allá de ese punto. El productor me había pedido que el capítulo 1.4 versara sobre un tema en particular, y no lograba adaptar este tema al formato, no encontraba los puntos nucleares en los cuáles podía ser dividido, de forma tal que en su desarrollo hubiera sorpresa y suspenso.
Bueno, es que de hecho no los tenía. Muchos productores tienen la tendencia de pensar sus productos en base a lo que quieren ver, y no a la historia que deberían querer contar. Me acuerdo de uno que nos reunió para hacernos ver un DVD de la colección Director’s Series, que reúne a los principales directores de videoclips con sus videos más famosos y experimentales. Puso play en uno, y cuando terminó nos dijo muy convencido y sin profundizar más: “así tiene que ser nuestro programa”.
Todo el grupo asintió en silencio, mientras nos preguntábamos entre nosotros con la mirada: ¿así como? ¿Un videoclip? ¿Un experimento audiovisual? ¿¿Cinco horas por semana de un discurso donde el contenido está sublimado a través de la estética? ¡Caray, qué tira más rara iba a quedar!
No todos los productores son así, claro; hay varios que tienen un criterio claro de los elementos que, sí o sí, tiene que tener una historia para poder ser contada vía el formato tira. O unitario, por hablar del caso que me tenía en blanco frente a la pantalla
En vez de hacer lo que recomienda la colega Marisa Quiroga (“cuando enfrento problemas similares de inmediato hago una ronda telefónica de ‘amigos/amigos’ que además son guionistas; sé que son generosos, que hacen devoluciones sin medir cuál uso haré de sus talentos; más luego, si no alcanza, sigo pidiendo ayuda”), mi reacción típica cuando pierdo la punta del ovillo es… colgarme.
Me salgo totalmente del cuadro. Dejo la computadora prendida y, rumiando mi descontento, me dedico anárquicamente a hacer cualquier otra cosa. Si mi mujer tiene suerte, arreglo algo que esté roto en la casa. Sino, voy a la videoteca y veo algo atrasado; series, la mayoría de las veces, que me entretienen pero a su vez no me requieren una atención excesiva. Como todo lo que encuentro, mientras la ropa que no me queda se ríe de mi desde el ropero. Salgo a comprar algo, lo que sea, solo para tener la excusa de ponerme los auriculares y caminar sin rumbo, pero con rumbo (no sé si se entiende).
El tiempo se me hace chicle, y a la vez se comprime dentro de la ansiedad que me genera recordar la página en blanco.
Y, normalmente, cuando ya dilaté la entrega hasta las últimas consecuencias, en medio de la esmerada realización de… cualquier otra cosa, me atrapa una extraña compulsión. Como un sonámbulo literario, me siento, me arrojo casi en el sillón, y comienzo a escribir.
Ahí donde, después de la escena 4, había un abismo, ahora hay un mundo lleno de personajes, sucesos, cortes de bloque llenos de suspenso, escenas originales, vueltas de tuerca, y un final redondito.
¿De dónde salió todo eso? ¿A dónde me conecto cuando me cuelgo? ¿A la dimensión de las musas? ¿A un estrato de mi imaginación al cual no puedo acceder de otro modo? ¿A Boo'ya Moon?
Ni la más pálida idea.
Por supuesto, esto no pasa siempre. Normalmente, las escaletas me salen bastante rápido, y no tengo problema en tirar historia.
Pero a veces… a veces… me voy a buscar lo que me falta a no sé dónde, y después vuelvo.
Por suerte, al productor le encantó el piloto nuevo. Ahora solo falta que convenza al resto de la gente involucrada de que es el libro a ser grabado. Le deseo la mejor de las suertes.
Yo me voy a colgar un rato. Nos vemos.

3 comentarios:

Camilo dijo...

Ojo cuando vayas por Boo´ya Moon... no sea cosa que te agarre la criatura reptante que vive entre las malezas.

Yo, cuando me pasa lo que vos decís (esa especie de bloqueo del escritor), simplemente me pongo a vagar por internet. Que, últimamente, viene siendo mi infierno personal.

(¿A quién carajo se le ocurrió que los guionistas necesitábamos una computadora? ¡Si con la vieja Olivetti estábamos bárbaro!)

Marcelo Cabrera dijo...

¡Qué novela tan extraña que es La Historia de Lisey! King se está poniendo más experimental en sus últimos trabajos... personalmente, me gustó más Duma Key.
¡Es cierto lo que decís de Internet! ¡Otra que el Maelström de Julio Verne (para seguir con las citas literarias, qué gente culta, por favor...)!
Abrazo

Vll dijo...

Disculpen colegarcios, no soy de la liga de guionistas, no obstante ello me meto a opinar. Cuando me sorprende la falta de ideas, como últimamente me viene pasando, escribo lo primero que viene mi mente. En general cosas espantosas. Es un, digamos, "lo que salga" que no tiene nada que ver con lo que tengo intención de transmitir, hasta donde yo sé. También puedo tomar un libro de algún autor que me inspire y ahí, cuando sin querer encuentro a una musa, trato de exprimirla, en un procedimiento que desde ya no le duele por ser de naturaleza fantástica. El producto de esta especie de secuestro a la señora musa puede ser una idea plasmada, una descripción, un nuevo lugar donde desarrollar acontecimientos, o un diálogo (que se me ocurra en estas situaciones es poco probable pero ha pasado). Es lógico que de vez en cuando alguna musa se me retove. Entonces recurro a mi oráculo on line donde encuentro algunas respuestas que pueden mitigar mi angustia, en general experiencias de otros escritores.

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